¿Por qué nos gusta escuchar música triste?

Diferentes estudios sugieren que esta paradoja puede tener una explicación psicológica y bioquímica.

Personajes 30/12/2021 Redacción ShowOnLine Redacción ShowOnLine

Es una paradoja: entendemos que la tristeza es una emoción negativa que conviene evitar, pero, sin embargo, disfrutamos de la música triste. ¿Por qué? ¿Por qué nos conmovemos tanto con una canción sobre un amor trágico o una pérdida irreparable? Diferentes estudios psicológicos sugieren que esta paradoja puede tener una explicación tanto psicológica como bioquímica.  

La música como catarsis

Todos lo hemos hecho alguna vez. Nos sentimos dolidos por alguna mala experiencia sentimental y nos ponemos un disco lúgubre, lento y pasional. Tras la escucha de unas cuantas canciones y, tal vez, alguna lágrima, nos sentimos repuestos, purgados, en calma. 

Pero esta curiosa paradoja ya fue identificada desde antiguo. El propio Aristóteles ponía la música en un pedestal dentro de las artes. Para el filósofo griego, la música, al no requerir signos como la literatura, no refiere una pasión, sino que es pasión en sí misma, no representa la pasión, sino que la reproduce.  

En este sentido, podemos aplicar el término catarsis a la música tal y como Aristóteles lo aplicaba a la tragedia: la música purifica, filtra emociones intensas y libera emociones negativas para convertirlas en conocimiento práctico, tanto de nuestras propias pasiones como de las de los demás, algo logrado a través de la empatía, otro sentimiento que activa la música. De esa forma, tras la escucha de unas intensas piezas musicales, en vez de sentirnos más apasionados, nos calmamos.  

En última instancia, el filósofo griego llega a decir que la música repercute en la estabilidad social al depender esta de la estabilidad moral de los ciudadanos, en la cual incide de forma significativa el disfrute de las artes, en particular de la música. 

La música triste y la preocupación empática 
 
Saltamos 2400 años para seguir explicando la paradoja de la música triste. Las notas musicales no han cambiado mucho durante todo este tiempo y no sabemos qué tipo de catarsis sentiría Aristóteles escuchando las listas de los éxitos de Spotify, pero nosotros seguimos indagando el misterio de la música con estudios como el publicado en Frontiers in Psychology en 2016. 

Los investigadores reunieron a más de 100 personas para estudiar su reacción ante diferentes piezas musicales. Usaron música instrumental poco popular para excluir otra fuente externa de pasión, como los acontecimientos personales. Tras la escucha, buena parte de los participantes refirieron sentimientos intensos y tristes, pero al mismo tiempo placenteros: en suma, se sintieron conmovidos por una pieza instrumental desconocida.  

Para explicar esta conmoción intensa y triste pero agradable, los investigadores acudieron al concepto ‘preocupación empática’: “Mientras que empatizar significa reaccionar al sentimiento percibido en alguien experimentando un sentimiento similar, la preocupación empática significa también sentir ternura, compasión y simpatía por él”, explica Tuomas Eerola, musicólogo finlandés profesor de la Universidad de Durham que participó en la investigación.  

Esta preocupación empática se pone en relación con la emoción indirecta, aquella con la que conectamos, pero no sufrimos, al contrario que la emoción directa. En este sentido, una canción triste de desamor nos conecta con ese sentimiento universal, nos conmueve y nos emociona, aunque en esa etapa de nuestra vida no percibamos un vacío a nivel sentimental. Dicho de otra forma, no necesitamos estar viviendo una ruptura sentimental para emocionarnos con una triste canción de amor… casi como si nosotros mismos sufriéramos de amor.

La recompensa bioquímica de la música triste 
 
Al margen de la explicación puramente psicológica, existe otra vertiente bioquímica que refuerza la paradoja del bienestar que siente un oyente al escuchar música triste. Tal y como sucede con el disfrute de otras disciplinas artísticas como el arte plástico o el cine, la música desencadena una reacción endocrina provocada por hormonas como la prolactina o la oxitocina. 

Estas hormonas provocan sensaciones agradables como ternura, placer o paz. Un estudio señala, en este sentido, que los niveles de la hormona prolactina aumenta cuando se está triste, un mecanismo de autorregulación con el que cuenta nuestro organismo lo que produce, a su vez, un efecto psicológico consolador que sugiere una función homeostática, estabilizadora del organismo.

Tal y como sucede cuando lloramos por una pérdida real y, tras ‘descargar’, tenemos una sensación de liberación, la música triste ‘engaña’ al cerebro: la preocupación empática y la emoción indirecta que sentimos con la música triste activan esa recompensa bioquímica que ofrecen la oxitocina y la prolactina.  

La música como terapia 
 
Inspirada en estas teorías que indagan sobre los poderosos efectos psicológicos y bioquímicos de la música, nace la musicoterapia que consiste, tal y como la define la Federación Mundial de Musicoterapia, en el uso de la música y los elementos musicales (sonido, ritmo, melodía, armonía) para facilitar y promover la comunicación, la interrelación, el aprendizaje, con el objetivo de atender necesidades físicas, emocionales, mentales, sociales y cognitivas. 

Al igual que sucede con la biblioterapia, este tratamiento ofrece a los terapeutas nuevos recursos para ayudar a personas con trastornos emocionales como la depresión, la distimia o la baja autoestima.

El musicoterapeuta se encarga de estudiar las facetas y características del sujeto y de su trastorno elaborando sesiones de música adaptadas a cada uno de ellos, o cada grupo de pacientes. En este sentido, iniciativas inspiradas en la musicoterapia han tenido éxito en el tratamiento de enfermedades como la demencia, el Parkinson, el asma o los problemas de sueño.

Te puede interesar
Lo más visto

Suscríbete al newsletter para recibir periódicamente las novedades en tu email